domingo, 24 de enero de 2010

Marta

Quiero escribirte y hablarte como si me fueras a leer y escuchar. Quizá me leas y me escuches desde donde estés. Iluso de mí, pero todavía, un año después de tu desaparición, puedo tener un resquicio de esperanza y pensar que todo ha sido una mala pesadilla, y que en cualquier momento puedes volver a casa con tu familia.
Hoy miro las fotos de tus padres en el periódico, y se me vuelve a estremecer el alma, como cada vez que les he visto en este agónico año que han sufrido. Sus ojos lo dicen todo, porque ya no les quedan lágrimas. Están más delgados, con unas ojeras que delatan muchas noches de insomnio y dolor. Cuánta impotencia, cuánta desesperación, cuánta indignación, resignación.
¿Sabes, Marta? Admiro a tu padre, Antonio, y a tu madre, Eva. Imaginar uno sólo de los segundos que están sufriendo desde aquel mal día, y me doy cuenta que no es imaginable, que es para vivirlo, para padecerlo. Cuántas preguntas, cuántos porqués, cuántas miradas, cuántos silencios, cuánto llanto.
Dice tu padre que hay quienes aún callan lo que saben. Y nadie les hace hablar. Y niñatos que se divierten jugando a un juego macabro, mientras los que te quieren tienen que guardarse la rabia y morderse la lengua.
Y tus padres, ni una salida de tono, ni una mala palabra, ni un mal gesto... que serían hasta comprensibles ante tanta injusticia. Qué duro, intentar mantener la serenidad y la frialdad por fuera, cuando por dentro tienes el corazón hecho pedazos. Porque no hay consuelo posible, y lo peor de todo es no saber qué te hicieron ni dónde te llevaron. Lo peor, Marta, no saber nada de ti.

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