martes, 5 de enero de 2010

Milagro de Reyes

Hace mucho tiempo que creo en ellos. Incluso, mientras más pasan los años, más creo. Sigo siendo niño, porque quiero y porque creo. Cuando en la adolescencia, como todos, supe “el secreto” que escondían los Reyes Magos, pensé que se iría acabando la ilusión, que ya no tendría sentido. Pero ha sido todo lo contrario.
Creo firmemente y realmente (nunca mejor dicho lo de real) en los Reyes Magos. Pero no en la historia consumista y comercial que nos intentan vender desde esta nuestra sociedad de hoy. Sino en los Reyes Magos del milagro de cada cinco de enero. Porque los Reyes Magos son eso: un milagro.
Echo la vista atrás en el tiempo, y no puede ser otra cosa que un milagro lo que hacían mis padres para conseguir que la mañana del seis de enero todos los hermanos estuviésemos llenos de felicidad. Es cierto que muchas veces, y ahora lo comprendo bien, lo que encontrábamos al despertar inquietos esa mañana no se correspondía con lo que habíamos escrito en la carta, pero siempre había alguna sorpresa que superaba aquella inicial decepción, que pronto se olvidaba con el balón de reglamento, el camión Pegaso de Rico, los botines de tacos, o la camiseta del Sevilla FC, que no tenía por qué ser de la marca oficial, sino una cualquiera blanca que tuviera pegado el escudo.
Eran milagros aquellas mañanas en que madrugábamos, si es que dormíamos algo, para descubrir que los Reyes Magos, como cada año, habían pasado por casa y se habían portado bien con nosotros. Milagros de padres pobres que, ahora que veo sus miradas en el tiempo, tenían en sus ojos un brillo especial de alegría y se sentían más felices aún que nosotros. Porque ellos sí que habían visto el milagro, porque quizá unas semanas antes habían estado haciendo encaje de bolillos para cuadrar pesetas y quitar de lo necesario algunos duros del pan, de la ropa o de cualquier otra necesidad casera.
Hoy, al cabo de los años, no se si darle las gracias a mis padres por el esfuerzo que hacían, o dárselas a los Reyes Magos por el milagro. Gracias a ellos, a mis padres y a los Reyes Magos, siempre encontré la felicidad la mañana del seis de enero.
Por eso creo en ellos, y en su milagro.

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