sábado, 1 de enero de 2011

Un cuento de Nochevieja

Desde aquel año nefasto en que la vida le dió los peores golpes, ya nunca más los días señalados volvieron a ser como antes. Nunca más.
Por eso, cuando llegaba la última noche del año trataba de evadirse del jolgorio y la fiesta, y trataba de hacer lo que hacía habitualmente un día cualquiera, una noche cualquiera.
Odiaba tener que cenar en obligada reunión familiar, con el mejor mantel y el mejor manjar. Por eso, se metía en su cuarto de trabajo, su rincón favorito, y seguía haciendo labor en cualquiera de sus múltiples facetas artísticas o profesionales.
Siempre había odiado las típicas cursilerías de esa "noche especial", pero ahora más. Nada de disfraces, ni de brindis por el año nuevo, ni ropa interior roja.... y mucho menos lo de tomar las doce uvas, cosa que no había hecho nunca (entre otras cosas, porque no le gustaban las uvas).
Aquella Nochevieja, una vez había logrado excusar las diversas invitaciones familiares para cenar y tomar las uvas, se sintió especialmente solo. Más solo que nunca. Pensó incluso si sería verdad que era tan raro, como algunos le decían. Se hizo algo para comer, como todos los días, y se sentó con su soledad a cenar como siempre, encendió la televisión y empezó a aburrirse como cada Nochevieja con los típicos programas de variedades y espectáculos, los chistes de siempre, los trajes de lujo y fiesta de siempre y la conexión con la Puerta del Sol de Madrid para las doce campanadas.
Terminó de cenar, una ensalada como cada noche, y estaban a punto de ser las doce. Se volvió a sentir sólo... y empezó a hablar con la soledad. Quitó el volúmen a la televisión, cuando empezaban a dar las doce campanadas, y se quedó viendo sólo imágenes de fiesta, en completo silencio. Abrió una Biblia que tenía siempre a mano, y empezó a leer el capítulo primero del Génesis, mientras puso en el ordenador el Concierto de Brandeburgo de J.S.Bach.
En esa soledad, escogida voluntariamente, enmedio de la lectura y la música, se percató de una compañía que era siempre contínua y persistente. Una compañía que le traía paz y le hacía sentir bien.
Así, sin darse apenas cuenta, el reloj había cambiado de año y su corazón se había vuelto a llenar de ilusiones y esperanzas.

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